Sígueme en Twitter y Facebook

Sígueme en Twitter: @FredyAM40
Únete en Facebook: Página El Ángulo Opuesto

lunes, 6 de febrero de 2012

Entre el frío, la épica y la agonía

Era una tarde fría. En el Estadio de Gran Canaria se daban cita poco más de 9.000 valientes con la intriga de saber si verían a la UD que venció en su última comparecencia aquí, o la de la última derrota en Madrid.

Ni una cosa ni la otra. Pronto se divisó un partido de esos que llamamos “diferentes”. El rival así lo merecía. En contra del sorprendente complejo mostrado por su entrenador en la posterior rueda de prensa, el Guadalajara se alejaba de la prehistoria y jugaba un fútbol de presión y ataque, tal como mandan los cánones del fútbol actual. Solamente descuidaba una faceta, importante de cara a la eficiencia del modelo: la defensa.

Las ocasiones se sucedían de forma alterna: los alcarreños ganaban por alto todas las acciones a balón parado (algo que debe corregir, todavía a estas alturas, el entrenador); los amarillos, buscando la espalda de los centrales y aprovechando la candidez defensiva de un adversario que, a los puntos, debió irse al descanso ganando.

Caía la noche y el segundo tiempo alargó la sombra de las derrotas más dolorosas, esas que empiezan con el sabor dulce de un gol tempranero y acaban entre silbidos y algún que otro pañuelo. El único pecado que cometió el Guadalajara fue decidir, mediada la segunda mitad, dejar de producir fútbol y comenzar a perder tiempo antes el empuje, con más corazón que cabeza, de Las Palmas.

Pero, a aquellos que tres cuartos de hora más tarde teníamos la piel, la sangre y el corazón amarillo helados por el frío y por el “quiero y no puedo” mostrados por el equipo sobre el césped, a los que nos desesperamos cuando Javi Guerrero (inusual en él) perdonaba lo imperdonable, a los que empezábamos a pensar que “un empate no estaría tan mal”, se nos calentó de repente el aliento cuando el colegiado, hasta ese momento mero espectador de un partido de guante blanco, se le ocurrió señalar como penalty una mano en el área visitante. Era un hilo a la esperanza. David González lo hizo realidad, marcó y corrió a por el balón. Símbolo de ambición, de que a pesar de todo lo malo, el ansia de ganar y de dejar los tres puntos en casa podía con las fuerzas, maltrechas por ese entonces.

Y llegó la euforia final, el estallido de júbilo cuando Viera bordeó la fina línea que separa la buena de la mala suerte. Lanzamiento magistral de falta, el balón que da en el palo y se resiste a entrar. Hubiéramos muerto de rabia maldiciendo a la suerte si ese balón no hubiera encontrado la espalda de Saizar para convertir la suerte en buena y el estadio en una fiesta jubilosa por un triunfo forjado desde la ambición y las ganas… pero nunca desde el fútbol ni la superioridad sobre el rival.



No hay comentarios:

Publicar un comentario